Otra ciudad

 

Iatá Cannabrava

 

Existe otra ciudad allí cerquita, y siempre supimos de su existencia. No me olvido de una fase de Chico Buarque de Holanda en el documentario Certas Palavras, de 1980, dirigido por el argentino Mauricio Berú y producido por Thomas Farkas. En determinado momento dice Chico: “Para cada nuevo auto que la industria automovilística se jacta de poner en las calles, surgen dos ‘muchachitos’ para cuidarlo”. El drama de los anillos de exclusión de las grandes metrópolis en crecimiento desenfrenado ha dado señales de su existencia hace tiempo, pero no era parte del contrario, muchos han preferido cerrar los ojos.

Bastante estimulado por mi formación política –pasé mi infancia y adolescencia en exilio- decidí documentar la periferia de Sao Paulo. De inicio fueron los contactos con entidades ligadas al movimiento de mujeres, en que mi madre es figura actuante. En seguida, visitas a la comunidad donde vive Waldema, que era mi asistente y compañero diario en el trabajo y que me llevó a la periferia en un acto normal –el cumpleaños de su hija. Después, invitado a integrar el proyecto “Periferia SP”, de Brasil Connects, conocí el barrio de Capao Redondo, que percibí como uno de los más significativos símbolos de este enorme anillo de exclusión que circunda la ciudad rica.

Más allá de las fronteras de Sao Paulo de las tarjetas postales, existe otra ciudad. No es raro oír de los muchachos de la periferia referirse a los barrios más nobles con la expresión: “vamos a la ciudad”. Percibo que para ellos la periferia es el “morro”, en el sentido figurado de la expresión inmortalizada en las favelas cariocas, el morro que vive la utopía de un morro feliz, como lo describe el reportero Xico Sá, al referirse a las letras de los Racionais MC’s, el más importante grupo de rap de Brasil, hijos y vecinos del Capao.

Este pedazo de la periferia, denominado Capao Redondo, se volvió el paso inicial de mi ensayo fotográfico. Llevé hacia ahí mi trabajo como profesor, organizado workshops de fotografía tanto con alumnos de allá como con alumnos de acá. Para los de acá, la experiencia única (por más absurdo que pueda parecer) de recorrer esa “otra ciudad”; para los de allá, la posibilidad de ver y valorar su comunidad.

En 2006 estuve en Caracas y en sus cerros, especialmente el 23 de enero, y sin espanto y casi con naturalidad me veía en la Zona Sur de Sao Paulo. Entonces percibí que este ensayo no terminaba en Sao Paulo. Desde ahí fui construyendo la idea de esa otra ciudad común. En Lima me sumergí en Villa El Salvador; en México en el alucinante barrio de Iztapalapa; en Buenos Aires en Villa 21 y Villa inflamable en Belém do Pará, en Vila de Barca, entre otros lugares hasta terminar el trabajo en el inicio del año 2009 en el significativo barrio de El Alto, en la Paz, Bolivia, una inmensa periferia de 4,100 metros de altitud. En todo ese tiempo pienso que fui creando una hipótesis sobre “otra globalización”, la globalización de la forma popular de resolver problemas urbanos.

Cuando empecé a fotografiar en el año 2000, allá en el Capao Redondo, Zona Sur de Sao Paulo, por lo tanto, hace casi una década, era seguramente verdadera la frase; “Y nosotros estamos solos, nadie quiere oír nuestra voz” del grupo de rap Racionals MC’s. En muchas ciudades la exclusión social incorporaba una visibilidad social: no era tan sólo la voz de la periferia que estaba sin oídos: el mundo también se cegaba frente a la realidad de que otra forma de agrupamiento social, distinto de los modelos de ciudad pensados hasta entonces se estaba construyendo, sin o prácticamente sin la presencia del Estado. Sin embargo, en contra de las teorías del caos que podrían prever el colapso total de las urbes, lo que vimos fue una creativa forma de construcción de nuevos modelos, de esta vez oriundos de la misma comunidad, manifestándose e otras formas de vestirse, hablar, construir, organizar (o amontonar) los diversos aspectos que conforman las llamadas ciudades.

En los últimos años, de forma lenta, decidida y casi sin frenos, la ola cultural, la voz venida de las periferias de nuestras grandes metrópolis se hizo oír literalmente en el rap, subjetivamente en las novelas, históricamente en el cine, seriamente en la literatura, avasalladora en el grafiti y la ‘pixacao’ (una nueva grafía urbana), así como en los dictámenes de la moda y ¿por qué no? En la violencia, la constante más visible en los medios (injustamente) de todo este proceso.

Casi siempre, cuando se habla de las favelas, morros y quebradas en Brasil, de las Villas en Lima, Perú, de los cerros en Caracas, Venezuela, o de las tantas otras denominaciones dadas para las periferias de nuestro continente latinoamericano -donde fotografié en los últimos años- se habla de problemáticas sociales. El poeta y músico popular brasileño Bezerra da Silva, inmortalizó irónicamente ese concepto preestablecido en la letra de “Eu sou favela” (“Yo soy favela”), grabada en 1992:

La favela es un problema social

sí, pero yo soy favela

puedo hablar de cátedra

mi gente es trabajadora

nunca tuvo asistencia social

sólo vive allá

porque para el pobre, no hay otra forma

solamente tiene derecho

a un salario de hambre y una vida normal

En estos últimos años, siempre que me preguntan por qué estaba fotografiando las periferias, yo respondía de forma sencilla y clara que estaba contando historias, o mejor, incluyendo esa Otra ciudad en mis historias, una vez que, con certeza, en poco tiempo la Otra ciudad será ¡La Ciudad!

Concluyo esta etapa de mi trabajo ni más optimista ni más pesimista, veo que los dramas sociales y de exclusión siguen creciendo en un ritmo desenfrenado, pero seguramente salgo menos alienado y convencido de que un mundo mejor es posible aún en el paisaje de la exclusión

Iatá Cannabrava